La Verdad



Para ser bueno en esta sociedad (más bien para que nos consideren como alguien bueno), lo primero que se nos dice es que debemos decir la verdad.

O sea, si una cosa es verde decir que es verde, si es redonda decir que es redonda y así en todos los casos.

Cierto es que en muchas ocasiones, las propias personas que nos dicen que tenemos que decir la verdad son las que comprobamos que más mienten, pero aún así, no es necesario ser muy inteligente para darse cuenta de que el concepto de “verdad” es algo muy relativo.

Y es algo muy relativo porque se desprende de nuestra concepción de la realidad.

Podríamos enfocar el tema partiendo de que “realidad” no es otra cosa que el punto de vista y la opinión del rey, pero salvo como curiosidad, no nos aportaría nada.

La realidad es relativa porque depende de la manera que veamos la vida, y la manera en que vemos la vida depende de nuestros conocimientos.

¿Un ignorante puede entonces decir alguna verdad (más allá de que el césped sea verde o que una pelota sea redonda)? Pues sí, puede decirlo, pero dentro de la parcela que tenga de conocimientos (incluso los ignorantes sabemos algo si nos esforzamos). Y como en este mundo, salvo unas pocas excepciones, todos somos ignorantes, podemos decir la verdad de la forma más sincera, pero siempre condicionada por nuestro nivel de conocimientos.

Y en cuanto a nivel de conocimientos no sólo hay que referirse a datos aprendidos (un ordenador entonces sería un sabio), ni siquiera en cuanto a sentimientos o sensaciones, sino a la unión de todos ellos, porque todas esas facetas son las que conforman eso que llamamos “yo” y que toma las decisiones. Unas decisiones condicionadas por la contaminación y la confusión de esos elementos, pero una decisión en el fondo (o más bien en la superficie, si queremos afinar la expresión).

Entonces, si partimos de todo esto, se podría pensar que para saber la verdad hay que ser sabio, porque de otra manera esa verdad estaría tan adulterada que prácticamente sólo valdría para uno (o unos pocos) individuos.

Entonces ¿no existe “La Verdad”?

Si tomamos como punto de partida (y como punto de meta) al individuo ignorante y perecedero, es evidente que no. Podrían existir tantas verdades como personas, e incluso tantas verdades como situaciones en las que se encuentre cada persona (recordemos cuántas veces hemos creído verdad algo que con el paso del tiempo nos ha parecido mentira y viceversa).

Pero si tomamos como partida al sabio (que creo que existe aunque no es dado a salir ante el público como tal), la verdad sería otra cosa. Y sería otra cosa porque la úica verdad estaría relacionada con el camino hacia nuestro destino, hacia lo que hemos venido a hacer en esta vida. Y dado que eso es algo que ni nosotros mismos sabemos, sólo nos queda que el sabio, el que verdaderamente conoce el funcionamiento interno del mundo, sepa cuál es.

Y que sepa que no todos estamos recorriendo el mismo camino ni el mismo tramo, aunque nuestro punto de partida y de llegada sean los mismos.

En definitiva, la verdad sería lo que nos ayuda a caminar por nuestro camino y la mentira lo que nos aleja de él.

Llegados a este punto, la cuestión de si ser bueno consiste en decir la verdad o no, tiene otro sentido. La verdad ya no es algo tan evidente y tan claro, y podemos encontrarnos en situaciones en las que diciendo lo que nosotros consideramos verdad, en realidad estamos influyendo negativamente en el camino de aquél a quien se lo decimos. Por lo tanto... no le estaríamos diciendo La Verdad.

Entonces lo único que nos resta es quedarnos callados hasta que seamos sabios, para no equivocarnos...

... salvo porque si no actuamos, tampoco aprenderemos de nuestros propios errores, por lo que nunca seremos sabios.

Curioso callejón sin salida.

Quizá no nos queda más remedio que aceptar nuestra ignorancia, actuar -puede que  equivocadamente- pero de forma responsable (o sea, que podamos responder acerca de los motivos de tal actuación) y solicitar la ayuda de quien corresponda para equivocarnos cada vez menos, para ir atisbando poco a poco las luces de la realidad (no la del rey, sino la del universo), las luces en definitiva, de La Verdad, y finalmente llegar a un punto en el que tengamos la certeza de que todo lo que decimos es para impulsar La Vida.

Y eso requiere mucho tiempo y mucho trabajo.

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