Casi todas las canciones, casi todos los poemas y
podríamos decir que la mayor parte de las cosas que hacemos en este mundo, se
hacen por amor (me refiero a las cosas positivas, claro).
Cuando aconsejamos, cuando regalamos, cuando hablamos con
alguien con quien estamos a gusto,
siempre hay un trasfondo de amor. No de un amor paterno-filial ni un amor de
pareja, pero sí un amor hacia la otra persona. De una manera o de otra, la
queremos.
Y ahí nos encontramos con dos puntos clave: es alguien
con quien estamos a gusto y a quien queremos. Entonces, eso que parece tan
obvio y de lo que habitualmente pasamos por encima, en realidad nos está
diciendo que de lo que estamos hablando no es del verdadero amor, porque si lo
hacemos porque estamos a gusto estamos actuando en base a una gratificación (ya
no es amor, es interés) y si "queremos" estamos intentando de algún
modo "poseer" (como si esa persona fuera propiedad nuestra).
Por lo tanto, lo que habitualmente denominamos amor no es
tal, es algo que hacemos por la
recompensa; no es desinteresado, no es incondicional, no es altruista... no es
amor.
Altruista... puede que en esa palabra encontremos algo
más de sentido al color que el amor debe tener.
Si limitamos el amor a los que nos favorecen, a los que
nos pueden dar algo, a nuestra familia o a nuestro clan, lo que estamos
estableciendo es una cadena de favores e intereses. Siento amor por ti pero
sólo mientras te portes como yo quiero que te portes. De lo contrario ya no te
quiero ¡hala!
Es como asemejar a las personas con un objeto. Lo quiero
(y en cierto modo puedo depender de él) mientras no me moleste, me parezca
bonito, me resulte útil a mis propósitos
y no me provoque demasiados quebraderos de cabeza. En el momento en el
que eso no sea así, el amor por mi maravillosa pertenencia se torna en lo contrario. Y el pobre objeto,
que no tiene culpa de nada, acaba en el cubo de la basura.
Pero como las personas no somos objetos y, por mucho que
nos gusten las cosas nunca sentiremos lo mismo por ellas que por una persona
(ojo, si lo sentimos es cuando de verdad tenemos un problema que necesita ser
solucionado con urgencia), eso a lo que llamamos amor tiene que ser otra cosa.
"Ama a tus enemigos", dicen las escrituras
sagradas, o "ámame cuando menos lo merezca porque es cuando más lo
necesito", dijo el poeta. Es decir, que el concepto de amor debe llevar
implícita la unidireccionalidad aunque no necesariamente tenga que ser evitado
el retorno. No amo para que me amen, ni siquiera amo para sentirme bien y
satisfecho por el hecho de amar; amo porque el amor forma parte del camino y
porque quien ama con condiciones camina dando traspiés.
Pero cierto es que eso de amar a quien no nos cae bien o
incluso a los enemigos, no sólo no es fácil, sino que tiene un punto de
retorcimiento. ¿Cómo se puede amar a un asesino sin convertirse uno mismo, de
algún modo, también en un asesino?
Quizá porque no somos capaces de separar a la persona
(limitada, finita e ignorante) de su esencia. Cierto que ambos ocupan el mismo
espacio y presentan a ojos vista un aspecto idéntico, pero no son lo mismo.
Porque cada persona que nace es una Obra Sagrada, es un
intento individual de andar un camino lleno de incertidumbres, de peligros y de
posibilidades de derrota. Cada persona que nace es un héroe que se arriesga a
entrar en un mundo lleno de condicionantes físicos, sentimentales y mentales
con la intención de superarlos y abrir la puerta que le lleva a sí mismo.
Pero muchos caen estrepitosamente y en lugar de
caminantes, acaban siendo un cúmulo de errores que se autorrepiten y se
autocopian y que apenas le dejan dar dos pasos seguidos con cierto equilibrio.
Por eso, cuando se nos dice que debemos amar a nuestro
enemigo, se nos está diciendo que amemos al héroe que nació con la intención de
buscar La Luz, no que amemos a la colección de imperfecciones que lo han
acabado derrotando y haciendo de él cualquier cosa menos un instrumento de la
evolución.
No hay que amar a la persona mental y perecedera, hay que
amar su intención, su destino, su valentía y su trabajo (que no es otra cosa
que la eliminación de trabas). No hay que amar las acciones, pues éstas siempre
son más o menos imperfectas, sino a esa encarnación de La Luz que hay dentro.
Porque si todos somos encarnaciones de La Luz, en última
instancia todos somos lo mismo, o más bien partes de lo mismo. Y si todos somos
parte de lo mismo, cuando amamos a alguien nos estamos amando a nosotros
mismos, y siempre que amamos, amamos a La Luz.
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