El Bien y la Felicidad



En muchas ocasiones, nos fijamos en nosotros mismos y en nuestro alrededor en las personas que nos acompañan en el mundo y siempre vemos que debemos ayudar a alguien. Pero ¿cómo le ayudamos? ¿es tan sencillo ayudar a alguien?

Hay situaciones, quizá las más numerosas (y en el fondo las menos importantes), en las que no existe dilema ni en la manera de hacerlo ni en si debemos o no.

Pero hay otras en las que los planteamientos y las preguntas surgen desde el principio. A veces hasta nos encontramos cara a cara con la cuestión ¿qué es ayudar?

Quizá lo primero que se nos viene a la cabeza es que ayudar es sencillamente, hacer el bien. Pero en realidad eso no hace sino trasladar la pregunta un paso más allá ¿qué es “hacer el bien”?

La educación recibida nos aclara con toda desfachatez que hacer el bien es hacer al otro lo que te gustaría que te hicieran a tí, y no hacerle al otro lo que a tí no te gustaría que te hicieran. En esos casos es altamente deseable que quien ayuda no sea drogadicto, masoquista o cualquier otra persona con tendencias autodestructivas.

La segunda respuesta posible, proveniente de las mismas fuentes, es esencialmente la contraria. Ayudar a alguien es favorecer que consiga lo que nos está pidiendo, que logre lo que quiere. Según este planteamiento, nos encontraríamos con que si un borracho nos pide vino, deberíamos facilitárselo.

A consecuencia de lo anterior, el refrán “haz bien y no mires a quién” se nos empieza a complicar. Primero porque no nos queda claro lo que es exactamente eso del “bien” y segundo porque consecuentemente, si no miramos a quién, puede que al intentar ayudarle le estemos haciendo “mal”.

A eso hay que añadirle la subjetividad absoluta del concepto del bien, ya que está firmemente unido a la temporalidad y a los dogmas religiosos, sociales y morales. Hace mil años estaba bien quemar en la hoguera a alguien que pensaba distinto a lo establecido, hace cien años estaba bien practicar una lobotomía a un enfermo mental y actualmente está bien acabar con la vida de un asesino.

Llegados a este punto, no sabemos muy bien si las reflexiones han mejorado o no, pero al menos tenemos claro que no tenemos nada claro (puede parecer una tontería, pero es un paso adelante).

Si nos elevamos un poco sobre lo anterior, puede que lleguemos a que hacer el bien consiste en ayudar a otra persona a que sea feliz.

Pero ese alivio es temporal. Volvemos irremediablemente a lo mismo. ¿Qué es lo que hace feliz a un drogadicto o a un borracho?

Además, la felicidad es un estado de ánimo y por lo tanto algo muy variable, subjetivo y difícil de manejar incluso  por el propio interesado.

Así que de nuevo, tenemos frente a nosotros un dato relevante. La felicidad no es continua. ¿Por qué? La gente es infeliz porque no tiene lo que quiere (pocas veces sabe si tiene lo que necesita, pero normalmente no le importa eso). La gente es infeliz porque mira a su alrededor y ve injusticias, dolor y sobre todo ello, un tremendo sinsentido que le conduce al sufrimiento.

¿Por qué sufrimos? ¿Porque no tenemos lo que queremos? ¿Porque no queremos lo que tenemos? ¿Porque vemos que las cosas no tienen ningún sentido?

¿O porque en realidad lo que pasa es que no entendemos nada?

Si entendiéramos el mundo que nos rodea ¿seríamos felices y además sabríamos qué es y cómo hacer el “bien”?

Parecería entonces que el bien-felicidad proviene del conocimiento.

Sin embargo, el conocimiento que tenemos se nos antoja corto.

Porque conocemos mucho sobre el universo que nos rodea, sobre nuestra fisiología, historia... y quizá eso nos hace un poco más felices, nos hace bien.

Por ello, si todo este asunto se remite al conocimiento, y a pesar de tener bastante no logramos es estado de bien-felicidad ¿será porque hay algo que no conocemos, que necesitamos saber y que no nos permite cerrar el tema?

Si entendiéramos el funcionamiento profundo del mundo que nos rodea, si entendiéramos nuestro destino ¿seríamos felices? Lo más posible es que sí, pero...

... eso ¿cómo se hace?

Si tenemos en cuenta que el ser humano está en proceso de evolución, que no es un ser “terminado”, y que al igual que el resto de los seres vivos somos una etapa más en el camino de la Naturaleza, no podemos menos que pensar que nuestra misión consiste en lograr un paso más.

Por otra parte, vemos las diferencias existentes entre el ser humano y el resto de seres vivos (especialmente los mamíferos superiores, los más cercanos a nosotros) y caemos en la cuenta de que la diferencia es sustancial. No sólo en lo tocante a la parte que engloba los sentimientos o las necesidades físicas, sino que en la faceta mental hay una gran diferencia. Puede que la mayor diferencia se encuentre precisamente ahí, en lo mental.

Somos la primera especie animal (evolutivamente hablando) que tiene conciencia de sí misma y de su alrededor y la primera que se hace preguntas sobre el presente, el pasado, el futuro y la eternidad.

Pero de la misma manera que en el animal, la mente va evolucionando de los peces a los reptiles y de éstos a los mamíferos para llegar a una especie de culminación en el hombre (aunque en algunos casos parezca que no ha habido mucho avance), igualmente en el ser humano se pueden ver también distintos niveles mentales. Algunos de ellos se podría decir que se encuentran más cercanos al animal mientras que en otros se vislumbra algo mucho más elevado.

Aún así, incluso dentro de esos estadios altos, encontramos una gran cantidad de preguntas que no se pueden responder. Sigue siendo un estado de ignorancia.

Parecería realmente estúpido por parte de la Naturaleza realizar el esfuerzo llevado a cabo a través de miles de millones de años, para que la culminación fuera un ser capaz de hacerse muchas preguntas, pero no poder responder a las verdaderamente importantes.

Da la sensación de que nos queda mucho camino por hacer más allá del dominio de la mente (cosa que por otra parte, aún no hemos logrado).

Es lo que algunos autores llaman la Supermente o el Supramental.

Pero para llegar a ello, aún debemos como colectivo (no como individuos), dominar por completo la parte física, la vital o astral –los sentimientos- y la mental.

El cambio en el ser humano sería, lógicamente, más allá de lo humano. Si el ser humano es un ser mental y el proceso subsiguiente es más allá del mental, la transformación a realizar sería comparable a la llevada a cabo por la Naturaleza entre el reptil y el mamífero.

Es imposible desde una base mental imaginar o describir cómo será el cambio o el nuevo ser. Sería como intentar explicar a un animal los logros de la mente humana.

Pero aún así, los que han llegado a atisbar ese futuro, nos hablan de un estado de unión con el cosmos y con los seres que lo habitan, y un conocimiento (y eso es lo que nos lleva al comienzo de este escrito) del origen del ser humano y de su destino.

Una apertura de la Luz (que sería gradual y con muchos estadios intermedios) que nos contacte con nuestra esencia más allá de las encarnaciones a las que estamos sometidos.

Un estado en el que entenderemos el motivo de lo que ahora tomamos como sufrimiento, injusticia o sinsentido. Un estado en el que comenzará la divinización del ser humano y de la materia.

Algo que quizá no esté tan alejado en el tiempo como podría parecer.

1 comentarios:

Yoquin dijo...

Qué bonico está escrito.

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